📌 Por Lorena Tablada ✍️
Hay heridas que se ven. Otras que no. Algunas aparecen en la piel, otras se alojan en la autoimagen, como si el cuerpo y la mente compartieran el mismo lenguaje de marcas y memorias.
Mientras leía Psicocibernética, hubo una idea que me hizo detenerme: el “suero antigranulación”. Maxwell Maltz no hablaba de una sustancia real, sino de algo más sutil: una forma simbólica de permitir que las heridas cicatricen sin sobreprotegerlas, sin repetirlas, sin escarbarlas una y otra vez. Como si algunas personas desarrollaran una especie de “tejido emocional dañado” por no dejar sanar lo suficiente.
Recordé entonces a mi abuelo, que durante años recibió tratamiento con cortisona por unas lesiones en la piel de sus piernas. Hoy entiendo que se trataba de un síntoma relacionado con su diabetes, aunque en esa época no se tenía conocimiento de ello. Lo trataban con lo que había, con lo que se podía. A veces me pregunto si su cuerpo hablaba más de lo que podía decir.
Y me vi a mí misma, de niña. Con quemaduras en los brazos y las manos, por un accidente con agua hirviendo. Me hicieron injertos de piel, y mientras sanaban... me rascaba. Me picaba. No sabía que al hacerlo le estaba quitando al cuerpo la posibilidad de curarse sin dejar cicatriz. Me arranqué la piel nueva, y la marca quedó para siempre.
Tal vez eso también pasa con algunas heridas internas. Las que no sabemos cómo dejar en paz. Las que