Es un reptil que vivió en el actual territorio de La Rioja durante el período Triásico. Los primeros fragmentos fueron hallados en 1998 y, en la última década, un equipo de investigación del CONICET encontró cráneos completos y otros restos mejor preservados. Así, pudo determinar de qué especie se trata y comenzar a estudiar cuáles eran sus hábitos
Apenas algunos fragmentos de osteodermos, es decir placas de huesos que cubren la piel, vértebras y costillas hallados en 1998 en la Formación Chañares, ubicada en el Parque Nacional Talampaya, de La Rioja, le permitieron a las científicas argentinas Andrea Arcucci y Claudia Marsicano determinar la existencia de una especie nunca antes descripta: Tarjadia ruthae. Ese escaso registro fósil no alcanzaba para establecer con exactitud las relaciones de parentesco de esta especie y, en ese entonces, las expertas a cargo del hallazgo consideraron que se trataba de un tipo de reptil muy antiguo vinculado al origen mismo de los arcosaurios, el linaje que engloba a los cocodrilos, las aves modernas y muchas de sus formas precursoras.
Sucesivas campañas realizadas por un equipo de investigación del CONICET entre 2011 y 2014 permitieron encontrar numerosos esqueletos casi completos, con el cráneo intacto, la columna articulada, las patas y los osteodermos bien preservados de T. ruthae. “Logramos triplicar la cantidad de ejemplares originales que se conocían para esta especie y, gracias a ese material, pudimos reconstruir su anatomía completa y determinar que no se trataba de un animal tan basal o ancestral, sino más bien de una forma derivada más afín al linaje de los cocodrilos. Es un reptil de un grupo de pseudosúquidos que se conoce como erpetosúquido, que vivió en la región de Talampaya hace 237 millones de años durante el período Triásico”, cuenta Julia B. Desojo, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP).
Desojo es la primera autora de un artículo recientemente publicado en la revista The Anatomical Record en el que, junto a colegas del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACNBR, CONICET); el Centro Regional de Investigaciones Científicas y Transferencia Tecnológica de La Rioja (CRILAR, CONICET-UNLaR-SEGEMAR-UNCa-Gobierno de La Rioja); el Centro de Investigaciones de la Geósfera y Biósfera (CIGEOBIO, CONICET-UNSJ); la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ); y la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), Brasil, describe minuciosamente la osteología, es decir las características óseas completas del cráneo de T. ruthae, y su paleoneurología, esto es el estudio de la evolución y las características de su cerebro y órganos de los sentidos, como el oído, mediante tomografías computadas craneales que permitieron reconstruirlos en un modelo 3D a partir de la cavidad que ocupaban.
“La reconstrucción del cerebro nos permite hacer inferencias y estimar cómo habrían sido algunas de sus conductas y habilidades”, cuenta María Belén von Baczko, investigadora del CONICET en el MACNBR y autora del estudio, y desarrolla: “Por ejemplo, a partir de la forma del oído se puede interpretar que tan ágil era, o cómo habrían sido sus capacidades sensoriales, y así entender cómo percibía el entorno en el que estaba y qué nicho ocupaba en el marco de la fauna que lo rodeaba. Lo que vemos en este animal es que, si bien hay características que nos dicen que era carnívoro, no era muy ágil. Debió haber sido un cazador de poca monta. Esto surge del estudio del oído, donde encontramos que los canales que lo conforman tienen curvaturas bastante bajas. Esas estructuras son las que permiten estabilizar rápido la vista y recuperar el balance sin marearse al percibir movimiento. En este caso, no era así, su estructura era más primitiva. Entonces no era un animal que perseguía a sus presas con movimientos ágiles, sino que su forma de conseguir alimento se basaba en otras estrategias. La vista tampoco era su mejor virtud, por lo que se entiende que tendría un olfato mejor desarrollado para compensar esas falencias”.
De entre 2 y 3 metros de largo, T. ruthae era un cuadrúpedo cubierto por osteodermos en el dorso y los miembros, y presentaba un cráneo robusto en cuyo techo se destacaba una marcada ornamentación, similar a la que presentan los cocodrilos modernos. “Fue interesante encontrar una característica anatómica muy llamativa que es el patrón de salida de algunas arterias, como las carótidas, que no salen por el mismo lugar que en el caso de los cocodrilos, sino desde una posición más ventral, algo que no se ve en ningún animal actual. Si bien no es un animal tan ancestral como se pensaba al principio, sí presenta esta peculiar característica basal de salida ventral de las carótidas: lo retuvo de sus antepasados, y se perdió con su extinción, porque sus familiares modernos ya no la tienen”, cuenta von Baczko.
En todo el mundo hay trece ejemplares de la especie, nueve de ellos fueron hallados en La Rioja por el equipo del CONICET y el resto en Alemania, Brasil, Escocia, Estados Unidos y Tanzania. Los materiales de Tanzania y de nuestro país son los más completos y mejor conservados. “Esto es interesante porque hemos hecho un aporte muy importante para completar el conocimiento sobre un grupo del que hasta hace apenas quince años se sabía muy poco”, destaca Desojo.
El estudio del cráneo y la reconstrucción del cerebro fue el primer paso de una serie de trabajos que el equipo se propone hacer sobre T. ruthae, que incluyen, entre otras cosas, analizar en detalle las relaciones filogenéticas, es decir sus vínculos de parentesco, algo que ya fue propuesto preliminarmente en 2017 por el mismo grupo de investigación en un artículo liderado por Martín Ezcurra, investigador del CONICET en el MACNBR. Asimismo, los expertos y expertas buscan comprender de manera más integral cómo era la comunidad faunística que habitaba, en la que convivían depredadores –dominaban los cocodrilos– y grandes herbívoros en un momento inmediatamente previo al origen de los primeros dinosaurios. “También nos interesa indagar sobre la morfología craneal, ya que presenta aspectos muy peculiares, con los costados del hocico excavados, los dientes alojados en la parte anterior del hocico, es decir que están retenidos a nivel frontal y ausentes en la parte posterior de la mandíbula superior. Son todas cuestiones a analizar en un estudio de carácter biomecánico”, subraya Desojo.
La Rioja: una cantera de valor prehistórico y actual
Investigador del CONICET en el CRILAR y también autor de la publicación, Lucas Fiorelli destaca otro aspecto valioso, por fuera del “hecho científico”, que tienen los hallazgos como el que realizó el equipo: “Desde hace más de 12 años venimos trabajando en distintas regiones de La Rioja, y siempre tuvimos la convicción de que uno de los objetivos de nuestros estudios debía ser la transferencia de la paleontología a la sociedad, pero no solo a través de charlas o exhibiciones sobre los descubrimientos más recientes sino apostando a que las comunidades locales se empapen y valoren ese patrimonio paleontológico que las rodea”.
En ese sentido, y gracias a una fuerte sinergia con el Ministerio de Turismo y Cultura riojano, el equipo apuesta por el desarrollo de las comunidades locales no solo en el aspecto cultural sino también desde lo económico: “Lo que buscamos es que las economías regionales se potencien a partir de todo ese acervo paleontológico, fomentando la creación de museos locales o parques temáticos y circuitos turísticos”, comenta Fiorelli, quien destaca el ambicioso proyecto que tienen junto con el gobierno provincial de crear una “Ruta de los dinosaurios de La Rioja”, un circuito que una distintos puntos geográficos con importancia paleontológica.
“La idea es trabajar en conjunto con la comunidad para que pueda explotar todo ese kit de elementos de enorme valor cultural para potenciar las distintas regiones de la provincia. Preservar ese patrimonio y acompañarlo de un parque paleontológico que reciba al turismo potencia las actividades de los pueblos, desde el sector hotelero y gastronómico, hasta el cultural. Se genera así un producto genuino e innovador que es el paleoturismo”, subraya el experto para finalizar.
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