El hallazgo de dos garras de 50 millones de años sitúa allí a la forma más grande de estos carnívoros, hasta ahora solo encontrada en Argentina y países vecinos. Una investigadora del CONICET en el Museo de La Plata descubrió los materiales
El análisis de dos falanges fósiles encontradas en la Antártida permite deducir que los fororracos o aves del terror, un grupo extinto de aves carnívoras, habrían habitado también ese territorio, y no solo Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, como se pensaba hasta ahora. Ubicados temporalmente luego de la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, y hasta hace unos 2 millones de acuerdo a los últimos registros, el llamativo apodo de estos animales responde a su tamaño y hábitos alimenticios: podían medir 2 metros de altura, no volaban sino que caminaban y corrían, y en un momento dado llegaron a ser los principales predadores terrestres, cazando mamíferos medianos y ocupando el nivel más alto de la cadena trófica. Con autoría de una investigadora del CONICET La Plata en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP), el hallazgo y las conclusiones se publicaron recientemente en la revista científica Palentologia Electronica.
“Si bien una falange puede parecer a priori un elemento poco representativo, en este caso se trata de la última del dedo, es decir la que en los humanos tiene la uña y en algunos animales, como felinos o aves, es una garra, con lo cual estamos frente a una parte del cuerpo muy característica y con una función acotada: cazar y sujetar a la presa para desgarrarla con el pico”, señala Carolina Acosta Hospitaleche, primera autora del trabajo. Además de analizar y describir las piezas, ella también participó de su hallazgo, ocurrido hace pocos años cerca de la base Marambio mientras revisaba la superficie “en cuatro patas” para buscar los fósiles más pequeños. Además de estar intacta, una de las falanges presenta evidencia mínima de transporte, un dato que permite ubicar al fororraco como un habitante de la Antártida, “y no como un resto que haya llegado a través del agua desde la Patagonia, por ejemplo, ya que en ese caso tendría una erosión importante causada por el arrastre y los sedimentos”, explica la especialista.
Con una altura estimada de 1,8 metros y 100 kilos de peso, el espécimen al que se atribuye la falange habría sido un fororraco de los grupos más grandes que existieron y habría vivido durante el Eoceno, hace unos 50 millones de años. “La edad fue estimada por la capa de suelo en la que apareció: trabajamos en lugares geográficos en los que sabemos qué niveles afloran porque lo consultamos con un mapa geológico y entonces así es como determinamos la antigüedad de lo que está allí contenido”, describe Acosta Hospitaleche. La sorpresa del descubrimiento radica en que ese período en la Antártida está representado mayormente por fauna marina, como pingüinos y tiburones, y mamíferos marsupiales y ungulados –aquellos que tienen pezuñas– en tierra, casi todos ellos herbívoros salvo algunos de tamaño pequeño que se alimentaban de insectos. Lo que no había en aquellos ecosistemas era algún animal que cumpliera el rol ecológico de depredador principal que, ahora se sabe, le corresponde a las aves del terror.
La presencia de fororracos de la misma antigüedad pero en la Patagonia ya estaba confirmada desde hacía tiempo a través de múltiples registros fósiles, y de hecho fue con estos materiales que Acosta Hospitaleche y su colega del Museo Nacional de Historia Natural de Uruguay Washington Jones, segundo autor de la publicación, compararon las garras encontradas. Durante ese exhaustivo cotejo cayeron en la cuenta de que los restos del ejemplar más primitivo encontrado en la Argentina –de unos 55 millones de años– estaban preservados en la colección del Museo de La Plata pero nunca habían sido reportados, y se dieron a la tarea de hacerlo en un segundo trabajo que salió publicado casi al mismo tiempo que el anterior en una revista científica llamada Historical Biology. “Este fororraco habría tenido un metro de altura, es decir mucho más pequeño que el de Antártida, y no estaba tan especializado. Es decir, la especie se fue adaptando y adquiriendo habilidades específicas de cazador activo, con patas y dedos fuertes y bien desarrollados, a la vez que conquistando más territorios, por eso pensamos que falta descubrir varios representantes más entre los dos ejemplares”, describe la experta.