Por Ines Hayes
Cuando en marzo de 1983 Adhemar Bianchi, en ese entonces integrante de la mutual de padres de la escuela número 8 de Catalinas Sur, invitó a los vecinos de La Boca a hacer teatro en la plaza, muchos creyeron que estaba loco. Venían de la dictadura más sangrienta de la historia y de sólo pensar en volver a ocupar los espacios públicos se les hacía un nudo en la garganta. Con el tiempo, no sólo compartieron sus obras en las plazas y las calles de la ciudad y del mundo sino que inauguraron una forma de hacer teatro que involucra a vecinos y vecinas de más de 10 barrios porteños y de ciudades del interior del país: hoy son más de 40 los grupos de teatro comunitario que han entendido que el arte es en sí mismo transformador social.
10 años de vida del Grupo de teatro comunitario Patricios Unido de Pie |
Lo novedoso de este movimiento es que no sólo la dramaturgia surge de lo que los integrantes quieran contar: la pérdida del ferrocarril en Patricios (pueblo ferroviario de la provincia de Buenos Aires), la destrucción de una plaza porteña para construir un shopping, los sistemas de dominación del capitalismo, casas derrumbadas y familias desmembradas por la política de Osvaldo Cacciatore; sino que la propia idiosincrasia del teatro comunitario hace que los vecinos y vecinas se involucren en la construcción de la escenografía, el vestuario y la música. Pero más allá de lo artístico, la posibilidad de contar sus propias historias pone de relieve las situaciones sociopolíticas de los barrios y las ciudades.
En qué medida y en qué sentido la participación en un grupo de teatro comunitario puede ser analizada como una forma de compromiso o de militancia, cómo se ve afectado este teatro de vecinos por la lógica territorial-comunitaria de organización y de movilización presente en los nuevos movimientos sociales latinoamericanos, fueron algunas de las cuestiones que llevaron a estudiantes extranjeros y argentinos a investigar este fenómeno.
“Mi interés por el teatro comunitario nació cuando fui a ver la Fiesta en Gira del Circuito Cultural Barracas: quedé fascinada, muy conmovida por la propuesta, por la alegría y por el calor humano”, dijo Lucie Elgoyhen, estudiante francesa que realizó su tesis sobre Teatro Comunitario para el Master sobre Estudios Latinoamericanos en el Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL, Universidad Paris III).
“A medida que fui aprendiendo, me di cuenta que el teatro comunitario era un caso de estudio extremadamente rico para abordar un conjunto de problemáticas y sobre la Argentina y la región latinoamericana: el legado de las dictaduras y del neoliberalismo, las transformaciones de las clases medias, las mutaciones de la acción colectiva, la revalorización de la función social del arte y la movilización creciente en favor de la cultura comunitaria”, explicó Elgoyhen quien para llevar a cabo su investigación tomó como referencia estudios de Maristella Svampa, Gabriel Kessler y Ezequiel Adamovsky, entre otros.
El fenómeno, que integra en escena a grupos que van de 30 a 300 vecinos entre grandes y chicos, trabajadores y desocupados, actores profesionales y amateurs, entusiasmó también a investigadores argentinos promovidos por Marcela Bidegain quien inició el campo de investigación sobre el tema dentro del área de estudios teatrales dirigido por Jorge Dubatti en el Centro Cultural de la Cooperación.
“En el marco existencial de la hecatombe de 2001, el teatro comunitario creció y se multiplicó como nunca. Probablemente el arte empezó a dar respuestas a la gente, a potenciar gran parte del cuerpo social que estaba herido”, concluyó Alexis Rasftopolo, doctorando en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Córdoba en su trabajo sobre los dos grupos de teatro comunitario de Misiones (La murga de la estación de Posadas y La murga del monte de Oberá).
Andrea Gertrudis Bogado, licenciada en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Misiones abordó en su tesis de grado –publicada por la editorial universitaria– la experiencia del grupo de Posadas como espacio de construcción de ciudadanía.
“Creemos que cuando un grupo o una red de grupos se vinculan con actores que representan los mismos intereses en la lucha política y cultural, su potencial transformador se multiplica y sus límites desaparecen, en tanto se produce el acoplamiento de arte y política indispensable en la construcción de una nueva sociedad más igualitaria, inclusiva y participativa”, compartió Romina Sánchez Salinas, licenciada en Sociología (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza), algunas de las conclusiones de su tesis sobre el grupo Res o no Res del barrio porteño de Mataderos.
La experiencia del grupo de teatro comunitario de Rivadavia fue analizada por Clarisa Fernández doctoranda en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata y becaria del Conicet.
El interés por conocer en profundidad esta nueva forma de hacer teatro llegó también hasta Munich: “la idea motriz del teatro comunitario que sostiene que cada uno es un ser creativo en sí mismo, me encanta”, afirmó Anna-Sophie Fritsche estudiante de Ciencias Teatrales de la Ludwig-Maxilmian-Univeristät. En estos años han sido publicados varios libros de referencia como el de la propia Bidegain ( Teatro comunitario, resistencia y transformación ), el de Lola Proaño ( Teatro comunitario argentino: una fisura en la estética de la globalización ), el de Edith Scher ( Teatro de vecinos ), el de Claudio Pansera ( Cuando el Arte da Respuestas ) y el de Diego Rosemberg ( Teatro Comunitario Argentino ).
Cuando en diciembre de 2001 parecía que el país se caía a pedazos, la necesidad de pertenencia e integración dio origen a nuevos grupos (Matemurga, Alma Mate, El épico de Floresta, Los Villurqueros, Los Pompapetriyasos, 3.80 y crece, Los Cruzavías) que festejaron hace unas semanas sus 10 años de vida en el pueblo de Patricios, uno de los paradigmas de la organización comunitaria.